Caballeros 1

domingo, 17 de octubre de 2010

Durante mucho tiempo, en la noche de ánimas, la que va del día de Todos los Santos al de Difuntos, los teatros españoles vibraban al contemplar las osadías del impetuoso calavera Don Juan quien, gracias a su seducida novicia, se libra de la condenación eterna.
El Romanticismo otorgó al mito toda una parafernalia más propia de los cementerios que de los palacios y mansiones. Don Juan se mueve en los cementerios como pez en el agua y, en su afán profanador, no sólo no respeta los sagrados recintos de los conventos, sino que celebra una sepulcral cena rodeado de convidados de piedra. Don Juan se burla de los muertos y de la muerte, de calaveras y de estatuas. Es la soberbia la que le dicta aquellos versos desesperados y satánicos con los que acusa al cielo de su propia arrogancia y desfachatez. Pero mientras Tirso lo condena con castigo eterno, Zorrilla lo salva. Y de un aborto del abismo, un mozo sangriento y cruel, para el que no hubo nada seguro ni vida, ni hacienda, ni honor, gracias a Doña Inés, su ángel de amor, es salvado cuando proclama vencido y convencido: «mas es justo y notorio / que, pues me abre el purgatorio un punto de penitencia, es el Dios de la clemencia, el Dios de Don Juan Tenorio».
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