Caballeros 1

martes, 23 de noviembre de 2021

La Edad de la ira.

 Miércoles, 24 en Bibliowirtz.


Hace ya 19 años, cuando entré en mi primera clase de la ESO, surgió en mí una pregunta que dudo que ningún docente que no sea LGTB se haya planteado en ese mismo momento:
¿Les diré o no mi orientación real si ese tema surge en el aula?
Y esto es lo que sucedió 🏳️‍🌈
Sucedió que la pregunta, por supuesto, no tardó ni una semana en aparecer. Quienes damos clase sabemos lo rápido que toman confianza y comienzan a sacarnos datos de nuestra vida personal:
"Profe, ¿estás casado?"
"Profe, ¿tienes hijos?"
"Profe, ¿dónde dabas clase antes?"
Podía haber esquivado la respuesta, claro. Haber usado ese comodín de "No hablo de mi vida privada" que siempre me ha parecido que es una forma más de ocultación. Un camuflaje práctico que jamás había usado en mis trabajos anteriores, en esas dos editoriales donde sí fui visible.
Así que no la esquivé, respondí a su "Profe, ¿tienes novia" con un sencillo "Tengo novio" y, desde el primer momento, me mostré con naturalidad. Pasé 10 (estupendos) años en ese centro, un instituto donde jamás tuve un solo problema con mi alumnado por el hecho de ser visible.
Sí que hubo algún roce con algún compañero (apenas dos o tres) e incluso con algún padre (los menos). Como el que, de modo anónimo, se quejó de que hiciese "proselitismo gay" (literal) en mis clases de literatura. Para demostrarlo, adjuntó una fotocopia que habíamos leído en Bachillerato. Una hoja con textos de Wilde, Kavafis, Proust, Mann, Virginia Woolf y, básicamente, la nómina de autores del XIX y XX del currículum oficial de Literatura Universal. ¿Me dio algún quebradero de cabeza? Sí, pero lo viví como una simple anécdota en medio de 10 años muy positivos y de los que guardo un recuerdo excelente.
Porque gracias a esa visibilidad elegida, fueron muchas y muchos los alumnos que vinieron a hablar conmigo y buscaban mi confianza para contarme lo que estaban viviendo, e incluso los padres que me citaban para intentar ayudar a sus hijos e hijas a sentirse libres. A aceptarse.
De todo eso escribí en mi novela #LaEdadDeLaIra, pues creía entonces -y sigo creyendo- que es esencial la visibilidad del profesorado LGTB en nuestras aulas. Por suerte, cada vez hay más docentes visibles y estoy seguro de que es un camino imprescindible hacia la igualdad real.
Hace poco, un lector de veintipocos años me contaba que, tras leer esa novela, se estaba planteando si cuando sea docente dirá o no que es gay. Ha sufrido bullying por ello en sus años de instituto y ahora, mientras acaba su formación como futuro profesor, se pregunta qué hará. No sabe si será visible y se arriesgará a abrir algunas heridas que están demasiado recientes. Porque las que nos causa el acoso escolar no tienen, por desgracia, fecha de caducidad: siempre nos dejan una marca..., por eso importa tanto atajar el problema en cuanto surge.
Espero, honestamente, que escoja el camino visible. Y que, si da clase de Lengua a sus grupos de la ESO, les proponga analizar oraciones como "Eva y Sofía se besan" con la misma naturalidad con la que hemos analizado en nuestros años de EGB otras como "Luis y Marta se quieren".
Hacer eso supone asumir que puede que algún padre venga -enfurecido- con el cuaderno de su hijo subrayado en rojo. Igual que hay quien sigue quejándose (sí, en pleno siglo XXI) de que haya personajes explícitamente LGTB en mis novelas juveniles. De nuevo: son los menos.
Ladran mucho. Protestan. Amedrentan. Chantajean. Incluso amenazan. Pero lo hacen porque, ahora mismo, cada día somos más quienes estamos en este otro lado. El de la libertad. El de la visibilidad. El de la igualdad. Así que no podemos dar pasos atrás. Y menos aún, en el aula.
En el aula necesitamos construir un modelo de sociedad abierta y respetuosa. Una sociedad donde nadie tenga miedo de buscarse, de ser, de aceptarse. Donde toda identidad y orientación sea respetada. Donde el miedo no sea jamás una opción.
Por desgracia, ese miedo aún existe. Ese bullying homofóbico y transfóbico sigue siendo una realidad. "Maricón" o "bollera" siguen oyéndose con desprecio en los pasillos o -cosas de la sociedad digital- se escriben cobardes y anónimos en las redes de más de un y una adolescente.
Igual que es real el miedo de algunos docentes a perder su trabajo si se muestran visibles en sus centros escolares. O a verse demasiado expuestos. O a tener que afrontar situaciones incómodas por esa homofobia latente que, aunque finjamos que está superada, sigue existiendo.
Por eso, porque aún nos queda mucho miedo por barrer, creo tanto en el activismo cotidiano. En la visibilidad educativa. Y de la ficción. En construir mundos -ya sea desde la pizarra o desde las páginas de una novela- donde vernos y empoderarnos. Donde abrazarnos. Y donde SER 🌈







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