Caballeros 1

lunes, 7 de mayo de 2012

El sí de las niñas.

El sí de las niñas, obra postrevolucionaria de una revolución, la francesa, que casi no vio  España, en ella vemos las dos caras aparentemente antagónicas de un mismo proyecto político, social, intelectual, estético y moral. El triunfo de la razón, el amor al saber, el conocimiento analítico-experimental, el retorno a los principios, el voluntarismo, el humanitarismo, el liberalismo político son patrimonio de una sociedad burguesa y conservadora, protagonista de uno de los mayores cambios que ha visto la historia de la humanidad y de la Revolución que consagró este mismo cambio.
La Francia napoleónica, la obra de David, encarnan la paradoja y el conflicto interior de un proceso que siendo conservador no pudo menos de haber sido y seguir siendo revolucionario. Paradoja y tensión que se perciben asimismo en El sí de las niñas, obra plenamente representativa de una nueva«conciencia europea».
“El sí de las niñas” puede considerarse, en cierto modo, como una biografía del propio Moratín. Y es que a él mismo, cuando era un muchacho, le tocó vivir un caso muy parecido al relatado en el libro. Así, de joven se enamoró de Sabina Conti, la cual tuvo que contraer matrimonio con su primo hermano, el autor Gianbattistta Conti, que rondaba la cuarentena. Esta vivencia, que indudablemente marcó a Moratín está muy bien desarrollada en “El sí de las niñas” y en “La niña y el viejo”.
El tema que toca Moratín está muy en la línea de la mentalidad de entonces. Y es que retrata una de las tribulaciones de finales del siglo XVIII que es el extremo respeto que hay hacia las autoridades y las normas establecidas. También está el tópico del amor verdadero, en contraposición al amor interesado. Se cuestiona además el papel de la mujer en la sociedad. De hecho, en los artículos de prensa se expone el rol de la mujer en la familia, el acceso que tiene a la formación. Todo ello se exhibe en un momento histórico, el 23 de marzo de 1776 cuando Carlos III obliga a los hijos menores de 25 años a aceptar la decisión paterna sobre el hecho de casarse.

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