Gila (La Serrana) es una mujer diferente a los modelos de su época. Rompe los límites morales y sociales establecidos para la mujer y lleva sus pasiones –y acciones- hasta las últimas consecuencias: primitiva y moderna a la vez, no da por hecho la superioridad masculina en ningún terreno, ni siquiera en el de la fuerza física.
Échele un vistazo al texto siguiente.
Exigido
por los papeles que representaba, el disfraz varonil fue sin duda uno de los
atractivos más importantes de las representaciones teatrales tanto en las piezas
breves, en las que provocaba la hilaridad del auditorio, como en las comedias en
las que comportaba una fuerte dosis de erotismo, especialmente ante el público
masculino. El otro atractivo que ejercía la mujer vestida de hombre en el
escenario era el que indudablemente operaba sobre las mujeres de la cazuela. La
mujer que en la comedia se disfrazaba de hombre para alcanzar sus objetivos,
representaba para el público femenino de la cazuela su alter ego con el
que se identificaba, ya que realizaba, en la ficción teatral, aquellas “otras”
posibilidades de vida que en la realidad de facto les eran negadas a las
mujeres.[7] Por este mismo motivo muchas de
las dramaturgas de la época, de cuyas obras tenemos constancia, al escribir
obras teatrales prefirieron las comedias al drama serio porque, según Ferrer
Valls, “la comedia, por sus características genéricas, les permitía situar en el
centro de la acción personajes femeninos en situaciones más permisivas que el
drama” y dentro de algunas de estas comedias el recurso tópico del disfraz
varonil fue muy utilizado.
Aunque
sólo en la ficción la mujer vistiéndose de hombre usurpaba la personalidad
varonil, e invertía el orden social establecido en la realidad, este motivo
junto con la componente erótica que el disfraz varonil conllevaba, fueron
razones suficientes para que este último fuera condenado por los moralistas y
prohibido por las ordenanzas teatrales. Sin
embargo, la prohibición impuesta desde la normativa no siempre tuvo su
correlativo en la práctica, como explica Catalina Buezo: “Frente a la comedia y
a la tragedia, en el teatro breve se toleraba la entrada en escena de la mujer
vestida de varón, que no subvertía los límites de unos géneros vinculados a
festividades públicas de raigambre carnavalesca donde sí eran posibles
inversiones sexuales en el vestido, desenfrenos en la comida y en la bebida,
etc.”.
Muestra
de ello es el caso de Teresa de Robles, actriz especializada en el papel de
alcalde burlesco en las mojigangas dramáticas o de otras actrices que también
gustaron del disfraz varonil. Entre ellas cabe recordar también a Micaela
Fernández, a Josefa Vaca, a María (de) Navas, y a las ya citadas Bárbara Coronel
y Francisca Baltasara. Ésta consiguió su mayor éxito en la escena sobre todo
“vestida de hombre, montando a caballo, haciendo de valiente en retos y
desafíos”.
En
cuanto a su modo de vida, las actrices fueron acusadas de ser promiscuas,
lujuriosas, demasiado sensibles a las joyas y a los presentes que recibían de
los poderosos que de ellas se encaprichaban y a los que ellas solían ceder
convirtiéndose en sus amantes. Muchas son las fuentes contemporáneas que recogen
noticias de actrices que eran retiradas del teatro por nobles. Escribía al
respecto el anónimo autor de los Diálogos de las comedias:
He visto tantos caballeros y señores perdidos por estas mugercillas
comediantas: uno que se va con una; otro que lleva á otra á sus lugares, uno que
les da las galas y trata como á reina; otro que la pone casa y estrado y gasta
con ella, aunque no quite de su muger e hijos […]; otro que con publicidad
celebró en iglesia pública el baptizo de un hijo de una destas farsantas
colgando la iglesia y haciendo un
excesivo gasto con música de capilla y convite. No hay compañías destas
que no lleve consigo cebados de a desenvoltura muchos destos grandes peces ó
cuervos que se van tras la carne muerta.
El mismo
Luis de Góngora se hizo eco con sus sonetos de la codicia de algunas actrices a
daño de los caballeros que las pretendían, como el destinado a la actriz Isabel
de la Paz:
De humildes padres hija, en pobres paños
envuelta, se crió para criada
de la más que bellísima Hurtada,
do aprendió su provecho y nuestros daños.
De pajes fue orinal, y de picaños,
hasta que, por barata y por taimada,
un caballero de la verde espada
la puso casa, y la sirvió dos años.
Tulló a un Duque, y a cuatros mercadantes
más pobres los dejaron que el Decreto
sus ojos dulces, sus desdenes agros.
Esta es, lector, la vida y los milagros
de Isabel de la Paz. Sea mi soneto
báculo a ciegos, Norte a navegantes.
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